Comentario
Dado el indiscutible valor político y emblemático que el urbanismo llega a poseer, es lógico pensar que durante el Barroco tuvo una gran trascendencia, empleándose sobre todo para potenciar algo tan ligado a la ideología del momento como es la ciudad como capital.Durante la Edad Media y el Renacimiento, la ciudad se constituyó como un mundo casi cerrado y de carácter individual. Con la llegada de la mentalidad barroca la idea cambió y surgió la concepción de la ciudad como centro ideológico y económico de un entorno mayor.Sin embargo, la posibilidad de transformar las viejas ciudades de forma acorde con los ideales urbanísticos barrocos fue algo que tuvo que quedarse en los planos y en los sueños, pues por lo general estaban constreñidas por un recinto amurallado que les impedía expandirse, así como por otra parte resultaba muy costoso y era antisocial el demoler barrios enteros de viviendas para convertir aquellos entresijos de calles medievales en una estructura nueva, aunque fuese más lógica, más saludable y más bella. Por ello, en las antiguas poblaciones solamente se llevaron a cabo planes parciales de renovación, quedando los planteamientos urbanísticos totales para las pequeñas ciudades de nueva fundación, como fue el caso de la francesa de Richelieu.Las nuevas ideas propiciaban las calles amplias, despejadas y rectas, respondiendo además las edificaciones en ellas construidas a un mismo esquema arquitectónico en las fachadas, lo que confería regularidad y por ello se adecuaba perfectamente al espíritu racionalista francés. Esto lo refleja, por ejemplo, el mismo René Descartes, quien en el segundo capítulo de su "Discours de la Méthode" comenta cómo resultan más bellas las ciudades construidas por un solo arquitecto, pues así tienen un carácter unitario, que aquellas otras en las que intervienen varios de ellos, aunque individualmente estas edificaciones sean mejores que las anteriores.Dentro de las actuaciones concretas que pudieron llevarse a cabo en esas viejas ciudades, la plaza tuvo una especial importancia por su carácter de núcleo cerrado, donde era posible desarrollar diversos aspectos de la ideología barroca, lo que queda plenamente de manifiesto en la place royale francesa, ordenada como un espacio urbano que rodea la estatua del monarca, reflejo claro del absolutismo, con el rey como centro de ese ámbito urbano que, a su vez, quiere representar a toda la ciudad y al reino, y hasta cabe que en ocasiones al mundo entero y al universo.Bajo estos presupuestos se llevaron a cabo los programas urbanísticos del siglo XVII en Francia, donde debido al carácter centralizado de la nación, las principales actuaciones se localizaron en París, siendo las del resto del reino en la mayoría de las ocasiones sólo un mero reflejo de las de esta ciudad. Y fue en aquel siglo cuando París, merced a una serie de intervenciones, alcanzó una estructura urbanística nueva, que contribuyó a determinar el esquema sobre el cual se llevaron a cabo las reformas de los siglos XVIII y XIX que conformaron definitivamente los rasgos de la ciudad actual.En esta labor tuvieron un significativo papel el rey Enrique IV y su ministro Sully, quienes concibieron las reformas que ejecutaron los arquitectos. Para ello fue fundamental la nueva situación de Francia, pues fortalecida ya la monarquía y mejorada la situación económica del reino, en sus últimos años pudo el rey trabajar por dignificar la ciudad de París como capital de una nación que resurgía de forma poderosa, haciendo para ello obras bellas y prácticas.Sin embargo, a la hora de planificar esas actuaciones surgía el problema de la falta de unos centros urbanísticos que sirvieran como focos del nuevo desarrollo, como, por ejemplo, habían sido las basílicas romanas en los planteamientos de Sixto V. Para ello se forjó la place royale, que se tomó como punto de arranque para los nuevos programas urbanísticos.La place royale es, como ya se ha dicho, un espacio urbano desarrollado en torno a una estatua del soberano y cuyo origen podría situarse en el renacimiento italiano. Así, Norberg-Schulz considera que el primer prototipo podría estar en la romana Piazza del Campidoglio de Miguel Angel, al rodear la plaza la que se consideró era la imagen de Constantino, que sería el primer monarca de derecho divino. Por otra parte, Pierre Lavedan apunta el origen en una unificación entre la plaza renacentista italiana, como, por ejemplo, la de Vigevano, y la estatua de un gobernante, de la que sería un ejemplo para el historiador francés, la del duque Fernando de Toscana en Liorna.